El bosque envenenado

 

Si esa luz de la que hablas existiese,

Alguna vez hubiese sentido su brillo deslizarse entre los árboles.

Sin embargo, están ahí, donde han estado desde siempre.

Detrás de la ventana,

La sombra de sus sombras me seduce cada noche.

Oigo la voz oscura y sensual

Del bosque envenenado por la pasión de la luna.

No existe nada en el aire que no esté muerto,

No hay hadas, ni elfos, ni gnomos,

Solo el silencio de un dios tenebroso,

Aunque pequeño.

Apenas se presiente,

Pero un profundo maleficio

Que surge de la tierra

Lo atraviesa y defiende de la vida.

Las horas se desmayan,

Y, entre la bruma,

La silueta poderosa del brujo

Reclama hacia lo más recóndito de sus entrañas.

Imposible resistir el hechizo de las estrellas

Y la magia, oculta en las raíces

Que rodea mi alma atrayéndola.

He penetrado en ese amor tuyo

Lleno de remolinos y simas sin fondo.

Estoy perdida

Pero embriagada de un mundo de fábula y ensueño

Que anhela mi sacrificio.

No debí implorar el regreso de las esculturas florales

Que surgieron del espacio y de la noche,

Buscándome.

Sin embargo,

Me escondo temerosa de unos ojos inexistentes.

Olvidé que el dios del estanque no perdona las ofensas sufridas a los árboles.

Pero acaso deba regresar al bosque envenenado…

Hay fuego a la orilla del río donde nos bañábamos

Desnudos y ebrios de tantas luciérnagas entre los dedos.

Nadie debió apagarlo.

Y en la cabaña crecían las llamas como flores en la pradera,

Esperando al amanecer nuestros cuerpos varados.

Solo quedan cenizas del paso de nuestros barcos que,

Esparcidas entre los árboles,

Anuncian mi arrepentimiento

Y descienden con el agua hacia otros paisajes

Algo más favorable a nuestros sueños.

Una lluvia de flores y pájaros muertos merodea la casa junto al lago.

Duelo en la tierra y en el cielo.

El llanto de los sauces se desliza sobre el puente

Precipitándose en el agua,

Demasiado transparente para la luna.

Hubo una vez dos cuerpos formando parte de la hierba

Cuando abrazados giraban acariciándola.

Aunque solo una vez, luego desaparecieron.

Pero acaso deba buscar otro bosque envenenado,

Más allá de esos árboles, la cabaña y el lago.

Es difícil ser agua, fuego, tierra y aire al mismo tiempo

Pero imposible no serlo.

Ahora ni siquiera sé cómo decirte

Que, si esa luz de la que hablas existiese,

Alguna vez hubiese sentido su brillo deslizarse entre los árboles.


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